domingo, 16 de febrero de 2014

Tiene cajones la cosa.

Yo no digo que cualquier persona tenga que ser ingeniero/a, tampoco que a una gran y abrumadora mayoría le puedan hacen falta dichos conocimientos ni que, gracias al Gobierno de España en general, y al Ministro Wert en particular, aunque nos fuera la vida en ello, podríamos costear semejante carrerón, sobre todo con lo que nos cae desde el Hemiciclo del "Honorable" Congreso de los Diputados, pero bueno, no nos desviemos del tema porque, en esta entrada, estoy hablando de un humilde y corriente cajón.

Por una vez no hace falta buscar doble-sentidos. Un cajón, sí. Un simple (en apariencia) y tranquilo cajón, que viene a ser parte de mis herramientas de trabajo diario.

Examinemos al culpable, para que todos veamos a lo que, mis desorientados clientes, deben enfrentarse:

Es un cajón, abierto únicamente por su lado superior, que permite la introducción y extracción de cosas en su interior. Dicho prodigio-de-la-creatividad-humana, se desplaza sobre railes en un recorrido limitado en el espacio, por debajo de lo que se denomina "vidrio-de-seguridad" otro concepto que revisaré luego.

Este cajón en concreto tiene una particularidad, o dos, que lo pueden diferenciar de otros cajones, a saber:

- Tiene un sistema de seguridad que permite, al que lo maneja, bloquearlo a placer o por necesidad, de modo que el que hace el papel de cliente, no pueda moverlo desde fuera del vidrio de seguridad.
- Tiene dos compartimentos, uno grande para las mercancías, y otro más pequeño para monedas y pequeños objetos.

El segundo objeto a analizar es el vidrio de seguridad, que me separa de la noche y de la fauna (y flora) que me visitan en mi noche barcelonesa. Una lámina de vidrio grueso, transparente, incoloro, inodoro y, presupongo, insaboro, ya que no me dedico a lamer el vidrio, que hace las veces de "escudo protector", a veces más para mis infames clientes que para mí mismo.  

¿Y por qué le estoy dedicando una entrada completa a estos objetos tan potencialmente "tontos" como un cajón y un vidrio, convirtiendo así esta entrada, en una de las más complicadas en las que me he embarcado? Pues porque parece que tan simples objetoa supera en inteligencia y movilidad, incluso el vidrio que es totalmente estático, a muchos de los visitantes que tengo cada noche, dejándolos anonadados, en ocasiones con cara de "pero esto ¿qué-es-lo-que-es?" ante el reto que se abre (y ya puestos se cierra) ante ellos.

Lógicamente voy a descartar a todos aquellos que llegan, hacen lo que han venido a hacer, y se van. Elementos que debieran ser una aplastante mayoría aunque, según la estadística, no son minoría, pero tampoco mayoría absoluta.  

Me voy a centrar en aquellos que se quedan aterrorizados, paralizados, petrificados, es más, zombificados.

Y vamos allá:

El vidrio: Por definición, un objeto sólido es algo sólido. No se puede atravesar sin ejercer una fuerza que descomponga su solidez, ni con partes del cuerpo ni con objetos como billetes o monedas, por ejemplo. En definitiva con otro sólido. Ni líquido ya puestos, salvo que este sea corrosivo y corroa el vidrio. Pues bien, a muchos parece confundirles el hecho de que dicho objeto sólido no se pueda atravesar, a pesar de que sí lo haga la luz, y por tanto, se pueda ver através de él, e intenten entregar el dinero, o recibirlo, a través del vidrio, colocando la mano en posición "dame" o "toma" y esperando que mi mano lo atraviese como si fuera el fantasma de la película Ghost. (Patrick Swayze)

Pero esto no viene a ser más que una anécdota... El cajón, es el tema central de esta historia y sobre él voy a formular unas cuantas leyes físicas elementales, esperando, que alguno de mis desorientados clientes lea esta entrada.

La paradoja espacial: Como bien comentaba, este objeto se desplaza muy brevemente en el espacio, como unos cuarenta o cincuenta centímetros adelante o atrás, que es la distancia que se necesita para que el cajón recorra la distancia entre dentro-y-fuera de la tienda. A muchos les haría falta ver una entrega de "supercoco", con su voz de pito, recitando incansablemente: "Esto es dentro, y esto es fuera..."

Pues bien, el cajón, al igual que el vidrio, es sólido, pero muchos intentan que éste les atraviese como, por no abusar del bueno de Patrick, (DEP) como si fueran el fantasmilla Casper, y me veo obligado a empujarles para  poder abrir (el cajón) y entregarles así la compra. Dicha acción únicamente parece despertar en una gran parte de mis anonadados clientes, el sentido competitivo, ya que una mayoría me miran como diciendo "pues yo puedo más" y únicamente se rinden cuando ya he ejercido sobre ellos una fuerza equivalente a la de mover un todo-terreno.

La inmovilidad de lo inamobible: Una de las características del cajón, como enumeré hace unos párrafos, es que se puede bloquear desde el lado "maestro", mediante un seguro accionable por una palanca. Si el "maestro" no está accionando la palanca, el cajón no se mueve.

Comprendo la duda y el noble espíritu de algunas personas de "inténtalo al menos", pero ese intento no debiera ir más allá de lo razonable, ya que algunos ponen el mismo empeño en "no ser movidos por las buenas" cuando el maestro, yo, abre el cajón, como cuando ellos intentan cerrarlo y no se puede. Un simple empujón, dos en caso de un emprendedor, debiera convencerles, pero en más de una ocasión me he encontrado con un elemento haciendo esfuerzos titánicos para intentar doblegar al cajón bloqueado.

La indecisión volumétrica: Si cada vez que uno de mis clientes cambiara un billete del cajón grande al chico y viceversa, yo emitiera un sonoro "Ole", como si estuvieran haciendo pases toreros, a pesar de mi ferrea oposición a semejante barbarie, quizá se acabarían las tonterías... hasta cinco cambios he llegado a contar de uno a otro y del otro a uno, y quizá aún estaría en ello, de no ser porque yo dije "da igual" pero aquella danza billetesca corría el peligro de convertirse en un bucle infinito de cambios. Vamos a ver: adelante y atrás. El cajón no se va a ir a ningún sitio y el billete no se va a perder. No hay una razón lógica para tanto cambio.

Y por último: El Muelle. El movimiento ultra rápido que hacen muchos, semejante a "la indecisión volumétrica" pero limitado a un solo cambio, que realizan cuando he empezado a cerrar el cajón, generalmente acompañada por cara de "¡Ay que me pilla, ay que me pilla!" Recordado es el caso del único al que casi le parto un dedo, un taxista, que a un milímetro de que el cajón se cerrara, metío la mano para cambiar un billete, del espacio pequeño al grande. Lo cierto es que, casi, se lo merecía.


  





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