sábado, 20 de octubre de 2012

Hoy no es mi día

Hoy es uno de esos días en los que, al despertarse, uno piensa: "no te muevas, no te levantes, no abras los ojos... ¡quédate en la cama!" intuyendo que el más mínimo movimiento, por leve y delicado que sea, puede producir una trastocada de las corrientes de energía universal (de todo tipo), que confluyen, precisamente, a la altura de mi cama y cuya alteración, podría desencadenar un segundo "Big-Bang" que borre toda señal de vida del primero. Ya al salir del trabajo había sentido movimientos extraños en una de estas corrientes, y el día empezaba a desarrollarse malamente.
Quizá no sería mala cosa que esto ocurriera dada la marcha de la economía y del continuo desmoronamiento de las buenas costumbres, tales como la educación y la higiene personal (el que no sepa de que va esto último, que entre al metro a las 7 de la mañana y respire hondo) se conseguiría un reinicio de la raza humana, e incluso, con un poco de suerte, algunos como yo (ya que estaría en el centro del Big-Bang, así que paradojicamente a salvo) sobreviviríamos y la expansión de mi sub-especie, que aunque coincide al 99% con la que desciende directamente de los primates, tiene un gen de pingüino que hace quese odie el calor, y así, se tomarían las medidas pertinentes para terminar con el calentamiento global, pasando de los intereses macro-económicos que hacen que no se actue contra él.

La cosa, es que al despertar, he hecho caso omiso de mi intuición y en lugar de seguir durmiendo, como me pedía el cuerpo, me he incorporado con intención de aprovechar el día, lo que ha provocado una reacción en cadena que aun no tengo claro cuando acabará.

La racha ya venía desde esta madrugada en que he debido alterar "el flujo" al salir del trabajo, potenciando lo ya comentado al levantarme, acababa de perder el tranvía de las 5:36, lo que significaba que me tocaba esperar 27 minutos bajo la lluvia de la única nube que había en el cielo (una mancha enorme naranja sobre mi cabeza rodeada de estrellas) y que como soplaba un oportuno viento de levante, la marquesina no protegía apenas del agua. ¿Recordáis al coyote de mal humor porque no podía atrapar al correcaminos, cuando le llueve y le truena desde una minúscula nube en lo alto desu cabeza? ¡Pues básicamente lo mismo!
Al entrar a casa, goteando desde cada hilo de mi uniforme azul marino, he tenido que fregar medio piso ante la disconformidad del gato-vaca residente (blanco y negro) que ralentizaba mi labor de secado, agarrándose con todas sus uñas y todos los “piños” de su felina boca a la fregona, que avanzaba precariamente entre los excesivos muebles que pueblan el salón. Lo bueno, es que mientras recogía el agua por un lado con la fregona, por el otro lo iba secando con el gato agarrado a ella.

Quería evitar tener que llamar a la grúa para sacarla gata de mi habitación, le encanta meterse bajo mi cama, así que he dejado la fregona y tomado la decisión de no recoger las gotitasde mi dormitorio, por lo que el bicho no ha podido entrar pero, craso error, esto ha ocasionado que patine y pisara las gafas de sol, que si no me hacían falta cuando terminaba de trabajar, sí que son necesarias ya que al entrar, por la tarde aun brilla el sol. No, no me he pisado la cabeza durante la caída, última posición de las gafas antes del patinazo, es que cayeron con los aspavientos y equilibrios que hice al intentar no caer. No me he partido el tobillo de milagro.

Resumen hasta el momento de acostarme: Una ducha, unas gafas de sol rotas, una leve torcedura de tobillo y una notable mala leche al estirarme en el colchón.

He dormido poco,  a las 11:30 ya me estaba levantando, pero visto el panorama del baño, en que todos los habitantes de la casa, incluido el gato, se han tenido que duchar, me ha tocado aguantar 45 minutos la llegada de mi alivio matutino. Tirado en la cama, con los brazos estirados en cruz, rogando que terminaran rápido de asearse y mirando una botella de agua vacía encima de la cómoda, empezaba a preguntarme si no sería mejor opción que ponerme a la cola para poder hacer uso del WC, tenía que llevar el móvil a revisar porque no produce el más mínimo sonido (si me llamáis, insistid si no lo cojo) al final, he podido entrar y me he ido a llevar el teléfono.

He salido a la calle con otro ánimo, tratando de disfrutar de uno de mis dos días de fiesta, y olvidando todo lo que había sucedido. El nubarrón se había esfumado y a consecuencia de la lluvia, la temperatura se había suavizado. Al llegar al sitio, he dejado el móvil y me he ido andando hasta plaza Catalunya, donde he entrado en un buffet libre de ensaladas (Operación Bikini) para comer, uno de mis lugares favoritos para hacerlo, hasta hoy.
Nada más entrar al local, a la derecha hay una pila de bandejas, platos y demás enseres, a continuación, un montón de ingredientes para hacer la ensalada, y al fondo del local, platos calientes. Allá que cojo los cubiertos, la bandeja, pongo el mantel encima de esta y cuando voy a coger un plato de la pila de al menos 50 platos que preside la barra, la torre de loza se inclina ante mi cara de espanto y se comienzan a caer como si fueran gratis. ¡Tierra trágame! A las 14:00h, con el sitio lleno hasta la bandera y yo bailando “break-dance” evitando que los platos me corten los píes al tiempo que trato de sujetarlos. El derrumbe ha durado unos segundos, aunque a mí se me ha hecho el momento más largo (y más bochornoso) que recuerdo.
El encargado se ha dirigido a mí, me he ofrecido a pagar el destrozo mientras empezaba a recoger, pero me ha dicho que “no pasa nada, déjelo”. Con todo el restaurante mirándome, he ido poniéndome en el plato (uno de los pocos que han sobrevivido) los ingredientes de la ensalada, tenía un vale descuento del 10% en el bolsillo, pero ya me ha parecido mala idea sacarlo al pagar. Me he escondido en la última mesa del local y me he agazapado para comer, moviéndome con extrema cautela, no fuera que se me cayera algo... ¡Hoy no es mi día!

Ya no he salido tan confiado del local como por la mañana, antes de reanudar la marcha he mirado a izquierda y derecha, capaz soy de provocar otro desastre... sería fácil chocar con un ciclista, que este se desviara y tumbara una de las enormes sombrillas que protegen del sol a los turistas que comen en frente, la mayoría ingleses. Poco acostumbrados al sol, huirían presas del pánico al ver su piel bañada por el “astro rey”, cruzarían las calles corriendo, justo al tiempo un camión de ácido, azufre, gasolina y cosas extremadamente inflamables, cruza la ciudad... entonces este volcaría, los líquidos que transporta se mezclarían y por una chispa de un encendedor cercano se prenderían y borrarían la emblemática Plaza Catalunya del mapa de Barcelona para incrustarla en otro punto a muchos kilómetros de distantancia, entonces yo saldría en una televisión nacional, entrevistado, con cara de haber mezclado lejía y cloro en una piscina y acabaría diciendo “puesss que la he liao parda”.

Una vez en el piso donde se reparan móviles, la propietaria del negocio “en b” me dice que el técnico le ha dicho que no es problema de ellos, a pesar de que cuando el móvil entró le funcionaba el sonido. Después de una tensa y contenida discursión, acabo tirando la toalla, ya se sabe lo que se dice: “Nunca discutas con un imbécil, te rebajará a su nivel y allí, te vencerá por experiencia”. Así que antes de llegar a ese punto, cierro el pico y empiezo a buscar mentalmente la oficina de consumo más cercana para plantarles una denuncia, cosa que no creo que les venga muy bien, ya que es un negocio ilegal.

Llevo un rato sentado en la estación de tren de Montcada i Reixac, parece que la espiral de desastres se ha detenido. Huda está a mi lado mientras esperamos el tren, yo intento no moverme más que lo justo para escribir estas líneas... no quiero alterar más flujos energéticos. Mañana la cosa irá mejor, espero, lo que ya no sé, es si la próxima vez que entre en el "Lactuca" de Plaza Catalunya seré un cliente más o si habrán colgado mi foto con una raya roja tachándome el rostro en todos los restaurantes de la cadena. Solo el tiempo lo dirá.

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