sábado, 20 de octubre de 2012

Doloroso reencuentro

Hace ya tiempo fuimos uña y carne, la llevaba a todos lados, no podía dejar de pensar en ella, pero evidentemente no siempre podía prestarle toda mi atención. Era lo último que veía al apagar la luz por la noche, por la mañana, a menudo antes de levarme, le dedicaba un rato. En los viajes, en casa, en la playa... fue mi más leal compañera durante muchos años, pero un día, sin apenas avisar, se fue.

A veces la veía, y en un par de ocasiones, retomamos nuestro intenso romance, aunque ya no había la continuidad de antes y cada vez que se acababa la historia, tardaba más y más en volver, hasta que al irme de Barcelona le perdí definitivamente la pista.

Hoy, estando de compras he entrado en una tienda, repasaba los estantes distraídamente, sin prestar demasiada atención a lo que pasaba a mi alrededor, cosa que no suele ser habitual en mí, ya que al entrar en un sitio, hago sistemáticamente un "escaner" de todo el que está en el local. Me concentré en uno de los artículos pero, como no me convencía, lo dejé en el estante y sin calcular la fuerza con la que lo hacía ni apenas mirar al girar, voltee sobre mis talones con la firme intención de abandonar el local, cuando un "moco" andante, un niño que no sé si subía más allá de mis rodillas se me cruzó como si llevara un cohete en el pañal, seguido por su madre que sudaba tinta, tratando de alcanzar a su retoño-misil. Esquivarlo fue un alarde de equilibrio y coordinación; levanté la pierna tirándola hacia atrás, desequilibrándome pero favoreciendo el no propinarle una sobrerana "coz" a la criatura, me incliné hacia delante para evitar la caída, pero con la cercanía de la estantería que dejaba atrás, y debido a mis aspavientos para recuperar la verticalidad, golpee accidentalmente el mueble y entonces sucedió...

Un dolor punzante me recorrío la cicatriz de lado a lado, desde donde había golpeado y perdiéndose dirección a la espalda. Automáticamente mi mano se fue directamente a la cabeza, al mismo al lugar del impacto, me giré con los ojos furiosos, buscando al autor o autora de tan dolorosa e impía agresión, pero debido a su escaso tamaño tuve que bajar la mirada para localizarla. Allí estaba, mirándome desafiante desde abajo.

No me podía creer lo que veían mis ojos, tanto tiempo sin saber nada de ella y reaparecía de forma tan escandalosa, sorpresiva y, en definitiva, dolorosa. Como no, tenía que ser aquí, en Cornellá...

Mis manos se posaron sobre su cuerpo y la levanté, transportándome a tiempos pasados, pocas veces mejores. La sostuve en mis manos, sentí su peso, pude notar su olor tan familiar, recordé la fuerza de sus palabras y como solían influir en mi estado de ánimo, queriendo ser como ella algún día, heredar su vehemencia, su forma de controlar las historias.

Finalmente, después de tanto tiempo, volvíamos a encontrarnos...

Recordé la última vez que la tuve en mi cama: "esta vez te dosificaré mejor para no agotarte en la primera noche" pero no me hice caso a mí mismo y para variar, abusé, con lo que tuve que esperar mucho más para la siguiente vez.

Enseguida tuve claro que me la iba a llevar a casa, que podríamos retomar nuestro intermitente idilio, con la esperanza de que esta vez, pudiera ser medianamente duradero y así no tardaría tanto en volver a disfrutarla...

El camino se me hizo largo, recordaba el día que la descubrí, lo sorprendente que fueron las primeras veces... Antes de subir a casa, en el transcurso de la tarde, compartimos un rato en la cafetería de enfrente de mi edificio, como antaño. Hay que reconocer que, su sola presencia hace que el café sepa mejor, que el tiempo se deforme y evapore, que se desintegre y forme imágenes vaporosas e intangibles... ella es así... Anne siempre ha tenido esa cualidad...

Esta noche me acompaña en el trabajo, ya ha tenido un par de parrafadas que me han dejado sin aliento:

"Al otro extremo de de un oscuro tramo cubierto de viejos sillones y sillas bastante deformes, la chimenea, profunda y tenebrosa, les observaba encendida desde la distancia"

"¿Qué derecho tienen a decirme que no tengo el don, que no tengo talento, que no tengo pasión...? -murmuró-. ¿por qué se atreve a decir la gente esas cosas de los jóvenes? No es justo, ¿no te parece?.

- No, cielo, no lo es -dijo ella-. Pero el misterio es por qué les escuchas.

Y, entonces, todas esas viejas voces de reproche que sonaban en su cabeza cesaron de repente y, solo entonces, tomó plena conciencia del ruidoso coro que le había acompañado. ¿Acaso había siquiera llegado a respirar sin ese coro? niño, ¡so...! niñito, niño, hermano pequeño, pequeño Reuben, qué sabes de la muerte, qué sabes del dolor, qué te hace pensar, por qué ibas a intentarlo, por qué, nunca te has centrado en nada más que... Todas esas voces simplemente se secaron. Veía a su madre, Veía a Celeste, su cara alegre y sus grandes ojos marrones. Sin embargo, ya no escuchaba sus voces"

Temo que esta vez se acabará tan rápidamente como siempre, temo que esta vez, nuestro idilio tampoco será largo, que en pocos días terminaré con ella y quedará condenada a la estantería y que pasará largo tiempo hasta que Anne Rice, mi escritora favorita, termine su siguiente novela y me la encuentre de nuevo en algún estante, sin previo aviso.

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